Atravesé el pueblo durante el conticinio, acompañado únicamente por la luminiscencia de un enjambre de luciérnagas. Poco o casi nada había cambiado desde la última vez que estuve aquí, siete años atrás. Bajé del caballo y lo conduje a pie hasta el establo. Tras pagar al mozo, que hacía guardia con más desgana que sueño, por un cepillado y la estancia, puse rumbo al motel donde pasaría el resto de la noche.
Tumbado en la cama, abrí mi ejemplar de Moby Dick para
leer, algo que he seguido haciendo hasta hoy. Antes de cerrar los ojos, saqué mi
revolver del cuarenta y cinco de la funda y lo puse en la mesita de noche. Al
día siguiente, mi vida podría cambiar para siempre. Regresaba a este pueblo
olvidado para concluir lo que comencé aquí, siete años atrás.
Me despertó el repiqueteo de la lluvia sobre el tejado. Amanecí
intranquilo. Al rememorar la horrible pesadilla que había sufrido, mi angustia aumentaría.
En mi sueño, una manada de sombras negras acechaba fuera de la habitación. Como
yo no salía, las repugnantes y deformes figuras penetraban por el vano de la
puerta. Venían hacia mí y, al atravesarme, provocaban un dolor lacerante en
todo mi cuerpo. Tosía sangre, disparaba contra ellas, pero las balas no les
hacían ningún daño. No logré encontrarle sentido.
Una vez levantado, encendí la pipa y fumar calmó mi zozobra.
Después de asearme, vestido con mi mejor traje, abandoné la habitación. El
petricor, provocado por el golpeteo de la lluvia contra la tierra, impregnaba el
aire de la mañana. Recorrí la calle principal y, tras la tienda de suministros
y el salón, se encontraba la casa del doctor Westlake. El cartel de madera en la
entrada era el mismo que existía, siete años atrás. Llamé a la puerta y abrió
su esposa.
—Señora Westlake—dije con amabilidad.
—¡Dios santo, Joe! — exclamó sorprendida.
Su cara era un amasijo de arrugas y la belleza se le había
esfumado.
—¿Cuánto tiempo ha pasado, muchacho?
—Demasiado, señora. He venido a buscar a su hija—respondí, a
pesar de que mi corazón amenazaba con salirse por la garganta.
Fue súbito. Rompió a llorar como lo haría un bebé
hambriento.
—Mary, mi niña murió—masculló entre lágrimas.
No supe qué decir.
—Ven, entra en casa.
Tomamos una taza de café y, entre sollozos, me lo contó
todo. Fue la maldita tuberculosis. Al menos se la llevó rápido. Un año después
de que los trabajadores del ferrocarril abandonáramos el pueblo, Mary enfermó y,
en pocos meses, se apagó sin demasiado sufrimiento. Por primera vez en mi vida,
lloré.
El juez comienza a leer todos los cargos y al escuchar mi nombre,
abandono el ensimismamiento. Todo empezó, siete años atrás, después de
despedirme de Mary en aquel despreciable cementerio. Primero el alcohol, luego las
diligencias, los bancos y los asesinatos. Cuando finaliza la lectura, acaricio
la soga que rodea mi cuello y, por segunda vez en mi vida, lloro.
«Oh, Mary…»
Hola, Pedro.
ResponderEliminarTremenda historia la que has creado con ese aroma a western que inunda todo el relato. Luego está esa vida rota por el dolor que como a tantas personas llevó a comportamientos límites. El final es redondo cerrando el círculo de esos siete años atrás.
Un abrazo.
¡Que grandes westerns nos has dado el cine, Miguel!. Muchas gracias por tu visita y por tu comentario. Un abrazo y buen fin de semana.
Eliminar¡Hola, Pedro! Hasta un tipo duro tiene su corazoncito, un relato que rezume Western en cada frase, tanto por la trama como por el tono del relato. Por si te resulta de interés, quizá podría conectarse un poco más el final con el resto de la historia. Joe abandonó el pueblo y dejó allá a Mary, esta murió de tuberculosis, siete años después él regresa y se entera de la noticia. Hasta ahí bien, pero luego parece que ese hecho lo lleva al alcohol, la delincuencia y, finalmente, la muerte. Quizá es un salto demasiado brusco. Es solo una opinión, por supuesto. Un abrazo!
ResponderEliminarHola, David. Estoy de acuerdo contigo en que el final puede resultar un poco abrupto. No has sido el primero que me comenta este punto. Muchas gracias por tu comentario y tu visita. Buen fin de semana .
EliminarAbrazo.
Tremendo relato que me lleva a pensar en una escena de Wester. Un ajuste de cuentas, después de siete años, con un revolver del 45. Todo muy visual y cinematográfico, como esas repugnantes figuras del sueño, premonitorias del dolor lacerante que le produce la sombra que lo va a acompañar de por vida.
ResponderEliminarUn saludo, Pedro.
Hola, Pilar. Muchas gracias por tu visita y por tu comentario. Un abrazo.
EliminarMuy buen relato Pedro, engancha y agrada de principio a final. Muy bien ambientado también. Me ha gustado mucho y bueno al final es una lástima lo que le pasa al protagonista pero los que imaginamos historias somos dueños de las vidas de nuestras creaciones. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias por pasarte Ana. Un abrazo y buen fin de semana.
EliminarPedro
ResponderEliminarAdoro tus entradas
tan llenas de vos
y tu
magia
Muchas gracias por tus palabras, Recomenzar.
EliminarVaya película, una historia de amor y desesperación, muy bien llevada. Por cierto que "conticinio y petricor" han sido todo un descubrimiento.
ResponderEliminarUn saludo.
Traté de darle un toque cinematográfico al tema. Gracias por pasarte , Ángel. Un abrazo.
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