Nunca faltaba a la cita del día de los muertos para ir a
visitar la tumba de mi madre. Soy hijo único y me encargo de ella solo, pues mi
padre nos abandonó a ambos cuando yo era un bebé. Pero bueno, esa es otra
historia.
Llevaba un ramo de flores artificiales para mamá y un par de
velitas que colocaría en su lápida después de limpiarla. Caminé por los
pasillos del camposanto, estaba deseando encontrarme con ella y contarle mis
cosas. Al llegar a las proximidades donde se encontraba enterrada mi madre,
observé desde lejos que su nicho estaba abierto.
Asustado y pensando que alguien había profanado la tumba de
mamá, corrí lo más rápido que mis piernas me permitieron. Miré dentro, pero solo
encontré un hueco vacío y oscuro como unas cuencas sin ojos.
Grité. Lloraba sin lágrimas. Debía buscar al encargado del
cementerio, seguro que tenían cámaras de seguridad y fue entonces cuando
escuché unas voces a mi espalda.
—Estaba dura la tapa, Juan.
—Si, no ha sido fácil abrir el ataúd.
—Pongamos los huesos de la señora en este saco. El hijo ha
muerto hoy y su último deseo era enterrarse junto a su madre.
Este microcuento aparece publicado en el Nº1 de la revista digital Dunkelheit.
Es ...perturbador
ResponderEliminarEl final buscaba la sorpresa.
Eliminar¡Hola, Pedro! Joder, me pillaste con el final que no vi venir... Fantástico relato! Un abrazo y Feliz Navidad!
ResponderEliminarLa traca final funciona siempre. Feliz Navidad, David.
EliminarUna historia muy interesante con un final inesperado. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarGracias por tu comentario y por tu visita. Un saludo.
Eliminar¡Bravo!
ResponderEliminarGracias , Cabrónidas. Siempre funciona bien un final con sorpresa.
EliminarGenial.
ResponderEliminarMuchas gracias, Angel. Un abrazo.
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